DE HUMANI CORPORIS FABRICA (MCMXCIV-MCMXCVIII), Círculo de Bellas Artes, 1999



EL SUEÑO DE LA MEDIDA

Rafael-José Díaz

I

Alto, entre almenas abiertas a los astros, un hombre sueña. Sueña la medida del hombre. Desciende por escalas movedizas hasta la visión de una esfera. Los astros giran inmóviles sobre su cabeza plegada en el laberinto del sueño. La esfera soñada contiene un laberinto, una danza de grutas adonde llega cernida la luz de los astros. El hombre, entonces, podría oír esta voz en su sueño: «Primeramente, los dioses. imitando la forma esférica del universo, incluyeron las dos direcciones divinas en un cuerpo esférico, que, a saber. denominamos hoy cabeza, la cual es la parte más divina de nosotros y señora de todo lo que en nosotros existe».

II

La medida del hombre es la medida de un sueño. De ese sueño quedan sólo fragmentos, turbias imágenes, retazos inconexos. Desde su caverna sustraída a la luz, desde el dédalo de su cráneo cavernoso, sin embargo, el hombre busca el sentido de su forma. Lo ha buscado desde la huella de la mano que en Altamira imprime armonía al conjunto informe de los animales oscuros, hasta los pies o las manos que en la pintura de Tàpies otorgan sentido al silencio de la materia.

III

La obra de Román Hernández es una meditación sobre la medida del hombre. Rostros, ojos, dedos, orejas, huesos, son a la vez instrumentos y objetos de la medición. «Medida del ojo medidor», se titula una de estas piezas. El ojo traza coordenadas y diagramas, instaura perspectivas, elabora toda una compleja maquinaria de medición para, al cabo, enfrentarse a su propia inconmensurabilidad. El ojo no puede me- dirse a sí mismo. Y, sin embargo, sabe oscuramente que en él reside la medida originaria. También lo sabe el cerebro, ese infinito ojo interior que nunca puede contemplarse a sí mis- mo porque la razón será siempre una reflexión imperfecta.

IV

En «Ojo para un esquema constructivo del cuerpo hu- mano» asistimos a una operación analógica por lamque el cuerpo del hombre se configura a partir de la medida del ojo. El resultado recuerda los maniquíes que Oskar Schlemmer diseñó para sus ballets triádicos. En 1977 el gran coreógrafo y bailarín alemán Gerhard Bohner reconstruyó esos ballets, y en 1989, tres años antes de morir, crea la trilogía «Im (Golde- nen) Schnitt» ('En la sección (áurea)). En esta obra los mo- vimientos del cuerpo configuran esquemas abstractos y pri- mordiales en un viaje por el espacio que es, también, un pulso con el tiempo. Bohner relata así esta experiencia: «Fui a través del cuerpo y empecé por hacer un estudio para cada articulación. Los movimientos debían reducirse drásticamente. De 100.000 movimientos del codo, por ejemplo, sólo po- día adoptar tres». Asistimos aquí a una especie de ritualización del movimiento corporal que, en última instancia, busca la «sección dorada» del cuerpo humano. También en las piezas de Román Hernández presenciamos esa búsqueda de la clave de la medida, aunque en este caso los movimientos se han sustituido por iconos de tensa inmovilidad: el compás y la plomada están quietos, pero indican un movimiento perpe- tuo que nos contiene y nos configura.

V

Apenas se entenderán, sin embargo, estas piezas de la serie «Conmensuratio» si no se lee en ellas, como a trasluz, la ironía melancólica de que ha hablado Roberto A. Cabrera refiriéndose a algunas de estas obras. La frontalidad con que se nos presentan los despojos humanos destinados a la medición, la crudeza con que se exponen ante nosotros esos instrumentos de trepanación (cuyo negativo, acaso, sería el tricordio pitagórico de alguna de estas cajas) o esos diagramas en que se insertan una figura o un rostro humanos carentes de substancia, son los modos que tiene esa ironía de provocar sutilmente nuestro desengaño (barroco) ante los designios de la automedición humana. En una época en que la reproducción mecánica del hombre por el hombre se ha vuelto inminente, la ironía proyectada sobre estos designios, y la lectura de los textos antiguos de Platón, Pomponio Gáurico, Alain de Lille o L. B. Alberti, no deja de ser profundamente lúcida. La mecanización es la consecuencia última de la medición, parece decírsenos. La frontera entre una sección áurea que nos devuelva al origen de nuestro cuerpo en armonía con el espacio y con el tiempo, y una clave de la medida que nos permita esa temida intervención reproductora en el tejido genético, es una frontera tan fluctuante, que ante ella apenas cabe una actitud distinta de la ironía melancólica de estas piezas. El compás puede medir en sueños nuestro cráneo y hacerle recordar su origen en la esfera de los astros. Pero también puede medirlo para la reproducción de un cráneo que ya no será humano, sino el fruto de una pesadilla de la ciencia.




     

      
   
 






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